atolladero
A ver, estábamos ahí: un conocido, dos conocidos o amigos de mi conocido y unos cuantos desconocidos (mios y de mi conocido).
Estábamos ahí como cuerpos-soporte de esa adrenalina rara que comporta el momento de espera en una instancia evaluatoria. Esa espera un poco desesperante y violenta, ese aguzar el oído para escuchar si por allí, ellos, los otros, los evaluadores, profieren de una buena vez el apellido que te viene acompañando desde que apareciste por estos lares...
Y sin embargo un algo placentero, una ranurita por la que se filtraba un nosotros, nosotros los evaluados. Bastante raro, por estos días, ese sentimiento de comunidad entre desconocidos.
Por estos días, lo que se estila es más bien cuidarse del otro: mirarlo con desaprobación si osa rozarnos una mano con la suya o con el tapado en el colectivo, sustraerle la mirada sin dudar si sus ojos, tan ajenos y escrutadores, se cruzan con los nuestros (no sea cosa que se nos vulnere la tan preciada intimidad). Por estos días, el otro no es sólo otro, es un otro enemigo, un otro que, al menor descuido, pretenderá birlarnos algo de esa quintita propia que con tanto ahínco nos supimos conseguir...
Y haciéndole cintura a esta manerita posmo, esta mañana/ tarde estábamos tan nosotros, tan carnavalescamente nosotros, que daba gustito.
Claro que me acordé de La autopista del sur, donde de repente todos compartiendo situación y atolladero y entonces camaradería y poder pasar por encima de esas miradas de no te miro, de esos roces de no te toco, de esos oídos sordos que en realidad no quisieran perderse detalle...