Cada vez que me agarraba un berretín de esos de capricho patilludo malhumorado y gritón, mi papá me preguntaba qué quería: -choco, chicle, chupe, cara?
Eso de ninguna manera quería decir que fuera a conseguirme alguno de los dulces en cuestión, au contraire.
Mi papá, piola, aprovechaba la bolada para hacerse eco de mi queja y sumar ausencias a las que ya me atormentaban y que yo señalaba -bien caprichosa- insistentemente. Entonces, simplemente imitaba mi tono quejoso y me acompañaba, monocorde, entonando la falta de las exquisiteces mencionadas: -no hay choco, no hay chupe, no hay chicle, no hay cara...
Y me cagaba de lo lindo, porque en lugar de encontrar alguien ante quien reclamar, encontraba un tipo que lloriqueaba más que yo, tristísimo, molestísimo por la ausencia de todo el universo chocochiclechupecara.
En esos momentos, llena de odio, incomprendida, ofendidísima, me encerraba en mi habitación a penar solita por la injusticia de este mundo.
Y mi viejo se quedaba piola, con sonrisa en la cara y en un silencio ausente de quejas.
Mis hijos, pobrecitos ellos, también van a escuchar esa combinatoria de letras: chocochupechiclecara... y le pienso guiñar el ojo al vieji así nos burlamos juntos.